“Las montañas no se juntan” por Alfredo Moffatt

“Las montañas no se juntan” por Alfredo Moffatt

“Las montañas no se juntan” 
(Entrevista a un linyera con comentarios de Alfredo Moffatt)

Otra estación, Remedios de Escalada, y una nueva mañana de sol. Salgo de la
estación y camino por la plaza. La situación me sorprende, dejándome entumecido. No
muy lejos de mí, un hombre largo y flaco, de bigotes finos y grisáceos, revuelve con
paciencia y técnicas casi científicas, un tacho de basura. Él no mira a nadie y nadie lo
mira. Tampoco sospecha de mi mirada camuflada de distancia. Luego de husmear
entre la basura, se dirige hacia un banco de la plaza. Lleva en su mano derecha un
bolso de tela de avión raída. Y aquí la gran sorpresa: se sienta, abre el bolso con
lentitud, saca de él un zapato blanco de taco aguja, y con suma elegancia, comienza a
comer, extrayéndolos del calzado, unos fideos manchados por algo que se parece a un
tuco.

Trato de salir del asombro y me dirijo hacia él. Me divisa y rápidamente guarda todo en
el bolso y se levanta para tratar de alejarse, antes de que llegue yo a su sitio. Mi arribo
se produce justo cuando está por irse mientras yo, totalmente intrigado, lanzo frases
tontas como “buen día”, “cómo le va”, “¿puedo hablar con usted un minutito?. Su
negativa es rotunda y se aleja hasta el próximo banco. Lo sigo e intento nuevamente:

“Discúlpeme, no quiero molestarlo, es para charlar un rato, nada más”. El longilíneo
hombre se distiende y recomienza su extraño desayuno. Insisto: “¿Puedo hablarle,
charlar con usted?”. Acepta con muchísima desconfianza e imponiéndome un metro
que lo separa de algún posible peligro y lo tiene preparado para la defensa. Pienso: “Es
obvio, no nos conocemos”. Cuando quiero sacar la grabadora se ofusca y acentúa la
distancia, alertándose por la rareza vista. Le explico de qué se trata y se calma. “Para
guardar lo que digo es eso?”, me dice.

Nos presentamos y entonces el hombre del cuerpo y los bigotes finos, se toma amigable.

-¿ Usted vive por acá?

-Sí, siempre por acá, en Remedios de Escalada. ¿Conoce Remedios de Escalada?
Seguro que sí.

-¿Cómo lleva adelante su vida?

-Yo soy retirado… de comercio. Ahora lo único que hago, para ayudarme un poco, son
algunos arreglos de jardines por ahí; tengo unos buenos clientes. ¿Sabe quién es
Sánchez? El cantor que vive por aquí; a veces voy a lo del gobernador Duhalde, y
otros clientitos más para ganarme el día.

-¿Vive con alguien?

-Vivo bien. Soy solo. Tengo hermanos. ¿Conoce Remedios de Escalada? Bueno, vio
que hay un bar en la esquina, allá dónde está el local de compraventa, bueno ahora no
está más, pero en fin … Mi hermano tiene un bar a la vuelta, que antes se llamaba El
14, enfrente a la almacén de Pepe.

-¿ Qué piensa de los linyeras?

-Linyera es una palabra que se creó para el hombre que sale con la bolsita a la calle o
camina por ahí, o va en trenes de carga. Pero ése no roba, ése es el verdadero linyera.
Antes se permitía que toda esa gente que iba con el monito al hombro viajara en el tren
de carga, no de pasajeros, ¿eh?

-¿Cuántos años tiene?

-Nací un 28 de enero de 1920. Soy signo acuario. Estamos en el 96 … ¿97?

-No, 98.

-Entonces tengo 78 años.

-¿ Qué cosas o acontecimientos importantes recuerda haber vivido?

-Y, hay muchos, empezando cuando vine, acá en el 43, vi la revolución del 4 de junio
del 43, vi las otras revoluciones también, porque no me fui más de acá. Vi también
cosas lindas. Me ha gustado ir al hipódromo, no soy jugador ¿eh?, pero cómo soy del
campo, me gusta ver los caballos. He ido a los bailes, todas esas cosas, los circos de
los hermanos Ribero, que ahora no existen más. También llegué a trabajar un tiempo en
el Bazar Dos Mundos. Florida 101. ¿Conoce la Capital? Acá hay una sucursal.

-¿Se siente solo?

-No.

-¿Tiene amigos linyeras?

-Sí. Dos o tres Ya no existen más los linyeras, hoy estamos en otra época, m hijo, no
necesita ser linyera, hoy mal que mal trabaja. Aquello del linye se terminó. Y ya ve, m
hijo, una muestra cabal es que ya no existen tampoco los trenes de carga.

-¿Sufre agresiones en la calle?

-Rara vez. Hay linyeras que van a pedir para comer, ese es el bueno; pero hay linyeras
que van a sacar lo que no les corresponde. Ese no vale. Las agresiones son una
brutalidad, golpear o matar no entra en mis cálculos como ser humano.

-¿Lo molesta la policía?

-No. Nos piden los documentos y esas cosas. Nos dicen: “Señor, tiene que ir con
documentos”.

-¿Existen códigos de entendimiento o códigos para comunicarse entre linyeras?

-Sí, los hay. El linyera, uno con otro hasta se silban, y también se comunican con los
dedos si hay peligro. Si levanto un dedo, todo bien; si levanto dos regular, y si levanto
tres hay que andar con cuidado. Si extiendo el brazo hacia adelante, atento, puede
haber un peligro mayor. Otros no me acuerdo.

-¿Los linyeras, conocen el pasado, la vida de otro linyera?

-Sí, sí. El linyera tiene mucho tacto, mucho olfato y absorbe el aliento de otra persona.
Por ejemplo, si se fue hace dos horas de su lugar, cuando vuelve sabe que otro tipo
estuvo ahí.

-¿Hay algún requisito para que un linyera se acerque a otro?, ¿cómo es la aceptación?

-No, ninguno. Puede ser si llueve, vamos a ver el caso, que tenga la amabilidad de ir al
encargado de la estación a pedir permiso para cobijarse debajo del corralón. Pero, por
lo general, el linyera busca los galpones -¿sabe lo qué es un galpón?-, para
resguardarse del agua, del viento o para dormir. Pero hoy casi no existen los linyeras.
Las cosas cambiaron, la juventud es distinta. Yo tengo hasta quinto grado primario, no
estudié más porque en mi pueblo no había. En el quinto año falté cinco días. Yo vivía
en un pueblo, Laprida, al sur de Buenos Aires. Antes está Olavarría, Laprida, Pringles, y
después Bahía Blanca. Pero hoy, el chico tiene más facilidad para estudiar; hay más
medios. Yo tenía que caminar quince o veinte cuadras en el barro para ir a la escuela,
y había dos o tres libros para un montón de chicos, así que lo leía un rato yo y otro rato
mis compañeros. ¿Entiende cómo es el asunto? A uno le daban un cuaderno blanco,
tapa dura, por año y lo tenía que cuidar.

-¿ Cree que ser linyera es una cuestión de pocos recursos o es una elección de vida?

-Para mí es una elección de vida, porque al linyera le gusta andar. Usted va en tren ¿y
qué ve? Nada. Viaja en avión ¿ y qué ve? Nada. Anda en auto ¿y qué ve? Nada otra
vez. En cambio usted camina y ve, observa todo lo que lo rodea. Los linyeras han
salido hasta en una canción que dice: (canta)

“Linyera soy, voy por el mundo y no sé dónde voy, no tengo punto, no tengo día para
eso estoy, no sé dónde voy”.

-¿Es libre?

-Sí, soy libre. El linyera no roba, si tiene hambre va y pide, una galleta, un pedazo de
carne, algo le dan y con eso se arregla. El linyera tiene que caminar, esa es una regla
fundamental para la vida.

-¿ El mendigo de ciudad se diferencia del linyera porque no viaja y vive en ella?

-No, para mí el mendigo es una mala cosa, porque hay mendigos que son jóvenes, que
tienen medios acá, en la Capital, por lo menos para vender un diario o lustrar un zapato.
Acá hay medios, no es como allá en el campo, que si no sabés algo del tema estás
listo. Ese que mendiga para no trabajar a mí no me gusta. El linyera es alguien noble,
decente, no roba.

-¿Le quedó algo por decir?

-Sí, señor. Voy a empezar: “Para abuelas y abuelos, padres y madres, novias y novios,
los niños, todos, si han escuchado o leído reciban algo, un aliento, una escuela de dos
amigos que estamos acá, que sirva para bien, que saquen buenas conclusiones de lo
que han oído. La escuela más grande que hay en el mundo es la calle, que hay que
saberla andar sin robar y sin matar.

Nunca nadie rechace las palabras de los mayores o de los que han caminado, si
disienten de él, digan por lo menos, vamos a ver, pero nunca las rechacen, porque de
cinco o seis palabras pueden salir dos que valen. Las montañas no se encuentran,
pero los hombres sí”.

Del tren a los tachos de basura

Para el psicólogo Alfredo Moffatt, el linyera era antiguamente un personaje rural, una
andarín de las vías del tren. Eran, en muchos casos, componentes del viejo
anarcosindicalismo que proclamaba ideales de libertad. También se los respetaba en el
ambiente rural porque transmitían información y además se caracterizaban por su
independencia. No mendigaban y hacían sus ranchaditas en las estaciones. Ese
personaje fue muriendo, sin las vías del tren y sin la solidaridad de las campiñas
rupestres, se ha convertido en mendigo. El viejo linyera no era alcohólico, en cambio,
en la actualidad, el croto sí lo es. Sería como la sombra de un gaucho que queda
atrapado bajo el puente de una ciudad.

Según Moffatt, otro factor del surgimiento de los nuevos mendigos es el
empobrecimiento de la clase trabajadora -diría la desarticulación del movimiento
obrero-, que junto a importantes pérdidas afectivas o carencia de un grupo familiar, ha
empujado al mendigo a convertirse en un detrito social, fuera del circuito público.

“Los primeros linyeras estaban emparentados con los peones golondrina, que eran
braceros. Lo que nunca formaban era una familia. En ese sentido hoy vislumbramos un
personaje diferente, que es el cartonero, que sería algo así como un empresario
familiar, el cual con un pequeño carrito, tirado a mano y con la ayuda de mujer e hijos,
junta los cartones para luego venderlos.” Por otra parte, continúa Moffatt, la figura
tradicional del mendigo urbano, que surge en tiempos de la colonia y que ya en aquella
época tenía patente de mendigo, con lugares fijos para mendigar, que generalmente
estaban constituidos por las iglesias. Estos eran una pieza clave de la caridad cristiana,
en el sentido de que cada Iglesia tenía su propio mendigo para que los feligreses
pudieran convertirse en almas caritativas, dándoles una limosna.

A partir de los cambios sociales y las variaciones de las condiciones
económico-políticas, estos personajes -concluye Moffatt- conservan algunas
características propias de su origen, pero a su vez han sufrido una transformación:
aunque estructuralmente continúan en el mismo lugar, se han convertido en seres
excluidos de la rueda productiva que quedan enclavados en la calle.